e premte, shtator 23, 2005

MEDIO SIGLO

El artículo publicado ayer en el editorial de EL PAIS, escrito por Joaquín Estafanía, me hizo recordar la figura de Charlie Parker. Estefanía daba cuenta de que la muerte de Parker, y su agonía murièndose de risa mientras veía por TV unos dibujos animados, tuvo lugar en 1955. Efemèrides así tendríamos que conmemorar, y no los cincuenta años del final de la II Guerra Mundial o , en dos meses, los treinta años de la muerte de Franco.
Admiramos a Parker por el artista que fue y por el que podía haber sido, por su contribución para que el jazz alcanzara la mayoría de edad, por hacernos entender que la música consiste en no repetirse, en innovar y en no tocar un tema de la misma manera dos veces seguidas. Y apreciamos en él a un hombre de una sensibilidad extraordinaria, un hombre que se ve desbordado por el artista que lleva dentro y que tiene que explotar, como así fue.
Estefanía destaca los paralelismos entre dos figuras del jazz: el propio Parker y Billie Holiday, enganchada también a las drogas y que agonizó en la soledad de una cama del Hospital Metropolitano de New York cuando estaba detenida por la polícia al haberle encontrado en poder de estupefacientes. Me parece muy bien buscado ese paralelismo.
Yo añadiría, aunque sea tal vez porque siento una gran debilidad por él , a Chet Baker. Otro gran artista, tal vez menos considerado en la historia del jazz que los otros dos montruos, al que Parker contrató y le dio una oportunidad cuando lo integró en su quinteto. También tuvo un final triste, con sus continuos problemas con las drogas, y su caída desde la ventana del hotel de Amsterdam donde había estado alojado, del cual lo habían echado pero en el que todavía estaba su trompeta que intentaba recuperar.
Leí que Baker había declarado: "Yo siempre toco como si fuera la última vez que lo hago". Creo que eso mismo sería aplicable a Parker y Holiday.